El milano negro se instala en una gran variedad de hábitats, aunque prefiere áreas cercanas a masas de agua (embalses, lagos, zonas húmedas o ríos). En época reproductora está ligado a zonas arboladas donde situar el nido, si bien no precisa necesariamente de la existencia de grandes bosques, por lo que se lo puede encontrar en sotos, dehesas, bosquetes isla y pinares, en general a altitudes modestas. Para cazar prefiere las áreas más o menos abiertas, con pastizales, eriales y paisajes en mosaico, así como las orillas de ríos y humedales.
Sus preferencias alimentarias están presididas por el más absoluto eclecticismo, por lo que en su dieta se incluyen las más variadas presas, desde pequeños roedores hasta conejos, además de aves, anfibios, reptiles, peces y grandes insectos. Dado que sus capacidades predadoras no son muy notables, es frecuente que capture, sobre todo, presas disminuidas, enfermas o jóvenes.
De hábitos marcadamente carroñeros, esta rapaz se encuentra muy ligada a la existencia de basureros, muladares, granjas, pueblos y, en general, a cualquier actividad humana que le pueda proporcionar alimento fácil, como sucede en las carreteras, que el milano patrulla incansablemente a la búsqueda de las víctimas ocasionadas por el tráfico rodado.
Frecuentemente practica el cleptoparasitismo (o robo del alimento a otros predadores), tanto hacia otras rapaces como hacia miembros de su misma especie. Por último, es un hecho habitual que los milanos negros exploten las situaciones de superabundancia de alimento que puedan producirse en el territorio que frecuentan, tales como plagas de topillos y langostas, concentraciones de peces y cangrejos en aguas poco profundas o picos de abundancia de conejos enfermos o muertos por mixomatosis.
Los individuos no reproductores, muy móviles, tienden a concentrarse en puntos con abundancia de alimento, tales como basureros, muladares o mataderos, cerca de los cuales constituyen habitualmente nutridos dormideros.
Cuando el macho de milano negro retorna de África (con cierta antelación respecto a la hembra), toma posesión de su territorio habitual en espera de que regrese su compañera y se reanuden los lazos de pareja. En ese momento, ambos vuelan sobre sus dominios a la vez que emiten constantes señales sonoras.
Poco después, el macho emprende el arreglo del nido, que es una tosca construcción de palos situada en la horquilla principal del árbol o en una gran rama, a la que añade una variopinta colección de plásticos, papeles y otros restos, en general de colores llamativos. En estas plataformas, usadas durante varias temporadas, la hembra deposita de uno a cinco huevos (comúnmente dos o tres), que incubará en solitario durante 26-38 días, mientras el macho se ocupa del aporte de alimento y de la defensa del territorio.
Cuando los pollos cuentan con 30-35 días ya toman solos el alimento y, poco después, exploran los alrededores. Su plumaje se desarrolla completamente en unos 42 días. Finalmente, realizan los primeros vuelos, si bien permanecerán todavía un tiempo en las inmediaciones del lugar donde nacieron. Aunque la especie puede criar en solitario, el carácter gregario del que hace gala en casi todas las facetas de su biología la lleva a reproducirse con gran frecuencia en colonias más o menos numerosas o, cuando menos, en la cercanía de otras parejas con las que comparte el área de campeo.