La grajilla está muy ligada a la existencia de cortados rocosos, paredones y desplomes, y su presencia aparece condicionada en cierta medida por la existencia de emplazamientos apropiados en los que instalar sus colonias de cría. Por tal motivo, frecuenta tajos fluviales, roquedos, viejas arboledas (en particular, fresnedas), puentes, edificios ruinosos y ciudades monumentales.
A la hora de buscar alimento, prefiere las zonas abiertas, con campos de labor, pastizales, dehesas y explotaciones ganaderas, por lo que la actuación transformadora del hombre benefició en el pasado a este adaptable córvido. Evita sin embargo las áreas muy boscosas y las zonas montañosas, donde no suele ascender más allá de los 1.400-1.500 metros de altitud.
En Centroeuropa es muy habitual la existencia de grandes colonias urbanas de grajillas. Este hecho es bastante menos frecuente en nuestro país y, según algunos autores, se debe a la persecución que ha sufrido la especie y a la ausencia de buenos emplazamientos para instalar el nido. No obstante, en España tenemos excelentes ejemplos de colonias urbanas en ciudades como Salamanca, León, Cáceres o Trujillo.
Como es habitual en los córvidos, presenta unos hábitos alimentarios muy poco especializados, por lo que incluye en su dieta tanto materia de origen animal como vegetal. A pesar de todo, muestra unas tendencias más vegetarianas que otros componentes de la familia. Según las regiones, ingiere todo tipo de cereales (trigo, maíz, cebada), así como legumbres, aceitunas y frutas, que complementa con una gran variedad de invertebrados, como saltamontes, escarabajos, lombrices y moluscos.
A diferencia de otros córvidos, frecuenta poco carroñas y basureros, aunque estos últimos tienen cada día un peso mayor en su dieta. Ocasionalmente captura pequeños vertebrados, como lagartijas o ratones, y devora huevos y pollos.
Con la llegada del mes de abril, en las colonias de grajilla reina una gran algarabía, debida a la febril actividad que tiene por objeto sincronizar el calendario reproductor del grupo.
Los nidos se sitúan casi siempre en oquedades de todo tipo y consisten en acúmulos irregulares y un tanto desordenados de ramas, palos y raíces, que tapizan con plumas, lana y fibras vegetales y que, ocasionalmente, refuerzan con barro o estiércol.
La puesta de los huevos, que son de color azul claro, tiene lugar hacia mediados de abril, y su número varía entre dos y ocho. La incubación dura 17 o 18 días y es responsabilidad exclusiva de la hembra. Los pollos son alimentados por ambos adultos y, cuando alcanzan los 30-35 días, ya están en condiciones de abandonar el nido, aunque permanecen ligados a sus padres durante al menos otras cinco semanas más.