Las buenas condiciones agrarias y ambientales son obligatorias para todos los agricultores y ganaderos que reciben los fondos de la Política Agraria Comunitaria (PAC). Entre estos requisitos de buenas prácticas ambientales se encuentra la prohibición de quemar los rastrojos o restos de los cultivos ya cosechados, debido a varios factores, entre ellos fundamentalmente que estas quemas empobrecen la calidad de los suelos agrarios, que pierden materia orgánica y nutrientes, haciendo necesario que los agricultores los tengan que complementarlos con mayor cantidad de fertilizantes químicos. La única excepción que establece la normativa europea para las quemas agrarias es que se demuestre y declare por la Administración de sanidad vegetal una plaga en los cultivos que necesite el tratamiento con fuego para su erradicación.
En el año 2016 la organización sindical agraria APAG-ASAJA consiguió que la Junta de Extremadura declarara la comarca de la Campiña Sur como afectada por plagas sanitarias en los cultivos, de manera que se autorizaron quemas controladas y supervisadas por la Administración en aquella zona. El resultado fueron quemas descontroladas por toda Extremadura (como cada año o incluso con mayor incidencia), ante las cuales el sector agrario se limitó a indicar el carácter tradicional de determinados usos entre los agricultores extremeños, usos que consideran acertados (al contrario que la propia Comisión Europea) y beneficiosos para el medio ambiente ya que, en su opinión, “permiten reducir los productos químicos para combatir plagas”.
Gases tóxicos
Pero en 2017 han vuelto las quemas agrarias de una manera mayor que en años precedentes, ante la aparente pasividad de la Administración. En algunas zonas, como el entorno de las ciudades de Don Benito, Villanueva de la Serena o Medellín, se estima que casi el 50% de la superficie de rastrojos de cultivos como el arroz o el maíz han sido quemados, produciendo en determinados momentos una degradación de las condiciones del aire en dichas poblaciones que ha llegado a afectar seriamente a la calidad del aire y, posiblemente, ha provocado concentraciones de gases tóxicos muy superiores a los niveles recomendados. Pero los humos de las malas prácticas agrarias han llegado casi a toda Extremadura y se han notado incluso en poblaciones grandes como Mérida y Badajoz.
A los más que probables efectos negativos de estas quemas sobre la salud de las personas que viven en las zonas agrarias afectadas, hay que sumar otros impactos sobre el medio ambiente. Uno de ellos es el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero que estas quemas generalizadas están provocando, cuando lo conveniente, siempre que no hay riesgo sanitario para los cultivos, es conservar los rastrojos y luego incorporarlos al suelo para mejorar su fertilidad.
Degradación del suelo y contaminación
Otro aspecto que cada vez preocupa más a las organizaciones defensoras del medio ambiente es el creciente uso de productos químicos en la agricultura extremeña, también y especialmente fertilizantes. La quema de rastrojos agrava esta dependencia de productos químicos perjudiciales, al evitar la incorporación de nutrientes naturales a los suelos cuando se laborean los rastrojos. “Los suelos cada vez más empobrecidos por los cultivos intensivos y la falta de nutrientes naturales tras los fuegos, acaban necesitando un aporte constante de fertilizantes, que acaban filtrándose por los riegos hasta terminar en el río Guadiana. Cada vez hay mayor consenso en que una de las causas de la aparición masiva de varias especies de plantas invasoras, como el Camalote y el Jacinto mejicano, se deben en buena parte al exceso de nutrientes químicos que arrastra el río Guadiana”, explica Marcelino Cardalliaguet, delegado de SEO/BirdLife en Extremadura. “Actuar cuidando el suelo y el clima, y vigilando y controlando las quemas injustificadas, sería mucho más coherente con la apuesta por una ‘Estrategia de Economía Verde y Circular’ que defiende el presidente Vara”, matiza.
Aves sin comida
Finalmente, SEO/BirdLife llama también la atención sobre el efecto negativo que las quemas masivas de rastrojos tienen sobre muchas aves migratorias, en especial para las grullas, una especie que atraen a numerosos turistas a Extremadura. “Tanto estas como otras aves migratorias se alimentan de los granos de maíz o arroz que quedan en el campo tras la cosecha, un recurso fundamental para cientos de miles de aves que convierten las Vegas del Guadiana en invierno en uno de los lugares más importantes para aves acuáticas de España, quizá el tercero en importancia solo por detrás de Doñana y del delta del Ebro”, destaca Cardalliaguet. Pero en años como este, con condiciones severas de sequía y con la quema generalizada de su principal recurso alimenticio, cambiarán rápidamente esta situación, forzando a las aves a seguir su camino migratorio y buscar otras tierras más acogedoras.