Un siglo ha pasado desde que un pequeño pero gran grupo de personas reconociera en las marismas del Guadalquivir no solo la belleza intrínseca y estética de este último rincón de Europa antes de dar el gran salto al continente africano, sino su singularidad a nivel mundial. Indudable patrimonio, a todos los niveles, para la construcción de nuestra sociedad: valores identitarios, culturales, sociales, económicos y, qué duda cabe, ambientales. Esa semilla fructificó casi medio siglo después.
Compatriotas y foráneos, armonizados en la divulgación y defensa de uno de los últimos lugares verdaderamente salvajes del viejo continente, consiguieron que su esfuerzo sobrepasara incluso dictaduras y llegara a nuestros días. Agradecidos es poco. Décadas de recorrido de compromiso unilateral de decenas, cientos, miles de personas implicadas en la conservación y protección de este emblemático humedal. Instituciones, Administraciones Públicas, marismeños, agricultores, cazadores, científicos, investigadores, gentes de corbata, familias, turistas, e incluso políticos, han sabido leer el papel de auxilio que nos aporta la naturaleza y, manifiestamente, Doñana. No podemos quitarnos de la cabeza la imagen de los miles de jóvenes voluntarios que acudieron de todo el mundo a enfangarse en la primavera de 1998 tras el vertido de lodo tóxico y trasladarnos el mensaje de que ese lugar nos pertenecía a todos.
Con esa realidad hemos llegado a este momento, en el que como sociedad observamos atónitos cómo la institución que representa al pueblo andaluz, su Parlamento, ha dado el visto bueno a una propuesta cuyos intereses se sitúan bien lejos de los intereses sociales y ambientales de las tierras que dice defender. Los grupos parlamentarios que propusieron dicha iniciativa, los que votaron a favor y los que se abstuvieron, actuaron en nombre del negacionismo.
El electoralismo de pancarta ha secuestrado el más mínimo decoro de los partidos que representan a los andaluces. La visión cortoplacista ha vaciado de contenido a décadas de compromiso social por defender el patrimonio de la humanidad que representa Doñana. No solo dejaron de lado la posición de la sociedad civil, las instituciones europeas y las Naciones Unidas, sino que obviaron por completo que vivimos en una crisis climática y de biodiversidad que ya compromete gravemente nuestro modelo económico, y especialmente nuestra agricultura. No se nos ocurre mayor negacionismo que no querer ver que el agua no es infinita.
Por nuestra parte, SEO/BirdLife seguirá ahí, donde siempre estuvimos. Trabajando con la gente en el territorio, y pese al dolor profundo que vivimos estos días, no dudaremos en buscar, de nuevo, ese auxilio para Doñana fuera de nuestras fronteras.
Roberto González, responsable del Programa Aguas de SEO/BirdLife.