Editorial publicado en el nº 35 de la revista Aves y naturaleza
El verano que dejamos atrás ha tenido sucesos poco comunes. Llegaban noticias lejanas que creemos que no nos afectan: olas de calor en Canadá, Groenlandia fundiendo hielo y lanzando toneladas de agua dulce al mar, y territorios extensos de Siberia hundidos por la descongelación del permafrost. También otras que, muy relacionadas, nos empiezan a tocar de cerca, como la catástrofe del Mar Menor o la controvertida ampliación del Aeropuerto del Prat. Y… no olvidemos la crisis de Afganistán.
También en verano, y gracias a la ciencia, se filtró parte del Sexto Informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) –el encargado de analizar los impactos del cambio climático–. La noticia dio la vuelta al mundo, y el titular que más se repetía –extraído del propio informe– era: “La vida en la Tierra puede recuperarse de un cambio climático importante evolucionando hacia nuevas especies y nuevos ecosistemas. La humanidad, no”.
La sociedad, por su parte, disfrutaba de unas merecidas vacaciones después de tanto sufrimiento tras la pandemia. Necesitaba desconectar.
El otoño ha llegado y la mala noticia es que sube el recibo de la luz. Debemos prepararnos porque, más allá de la empatía de las empresas energéticas, en la subida del precio de la luz es determinante la falta de suministro de gas natural. Y no falta solo en España, falta en toda Europa. De ahí que incluso el conflicto en Afganistán revista importancia para la estabilidad energética en los países industrializados y en dos grandes potencias emergentes: China e India. Afganistán es un corredor energético estratégico. Aunque lo relevante aquí es señalar el comprobado fracaso de las intervenciones armadas en crisis humanitarias.
Era previsible. Los científicos advierten que “las transiciones no suelen ser suaves y graduales. Pueden ser repentinas y perturbadoras”. También señalan que “el ritmo de la transición puede verse obstaculizado por el bloqueo ejercido por el capital, las instituciones y las normas sociales existentes” y enfatizan la importancia de las inercias de nuestro modelo. De ahí que los acuerdos multilaterales, como la COP26 que acaba de empezar, sean vitales. Tras Glasgow se revelará qué escenario tenemos ante nosotros y qué posición adopta cada país y cada sector frente a las evidencias científicas para proteger a la humanidad de los efectos del cambio climático y, al mismo tiempo, garantizar una transición justa y evitar tantas malas noticias.
En este otoño, la situación va más allá del alto precio del recibo de la luz en nuestras casas. El coste del gas está provocando, por ejemplo, la paralización de plantas de fertilizantes en España y Reino Unido. La consecuencia positiva podría ser el abandono de prácticas de agricultura intensiva, como la del Campo de Cartagena que ha estrangulado al Mar Menor. Y hay muchas más derivadas: empezaron a escasear los microchips, algunas fábricas de coches ya paran algunos días para acomodar su producción, la falta de suministro ha llegado a muchos materiales de construcción, como el acero laminado, el aluminio, el cobre, el cemento… y hasta la madera, lo que lleva asociado un aumento de costes. Es más, en estos días, llegan avisos de que planifiquemos la ilusión de la noche de Reyes de nuestros niños. Algunas revoluciones verdes tienen el corazón negro de petróleo y no pueden sobrevivir sin él. No facilitarán la transición.
Antaño, la sociedad revisaba sus despensas en el otoño (el invierno podía ser difícil). Hoy debe reflexionar sobre qué debe, o no, haber en nuestras despensas.
Este invierno deberíamos afrontar las malas noticias del verano. La catástrofe del Mar Menor tiene que ver con la forma en la que producimos y consumimos alimentos, el conflicto mal resuelto de Afganistán puede repercutir en las despensas energéticas de los países industrializados y emergentes, la ampliación del Prat habla de la resistencia a cambiar el modelo de movilidad y, en relación a la subida del recibo de la luz, es inaplazable un nuevo modelo energético basado en energías renovables responsables, que generen el máximo beneficio social y el mínimo impacto ambiental.
Este invierno, como sociedad, no deberíamos fiar nuestra recuperación a macroproyectos, a monopolios o a tecnofábulas. Deberíamos centrarnos en garantizar en la despensa los bienes esenciales: alimentos sostenibles, agua suficiente y limpia, energía renovable y productos y servicios de proximidad. Dejemos de encandilarnos con las eternas promesas tecnológicas no dirigidas a salvar lo más resiliente: nuestra naturaleza, nuestra salud, nuestra calidad de vida y el futuro de los nuestros.
En primavera, tenemos la gran oportunidad de ser parte de la revolución verde. Contaremos con el respaldo de la ciencia. Verá la luz la publicación completa del Sexto Informe del IPCC (cuya filtración conocimos en verano). Su contenido marcará, sin duda, el periodo más crucial que vivirá nuestra generación, y posiblemente el más importante de toda la historia de nuestra especie. No será fácil, pero tenemos una oportunidad histórica y contamos con la financiación suficiente, gracias al paquete financiero europeo que se le ha brindado a este país para su recuperación. Invirtamos hasta el último céntimo de euro en una trasformación sostenible, resiliente y justa.
Todo está conectado. Las cuatro estaciones del año, el Mar Menor, Afganistán, el recibo de la luz, la ampliación del Prat, Glasgow y nuestro futuro. SEO/BirdLife no va a desfallecer hasta cambiar el modelo de producción y consumo, hasta moderar nuestro estilo de vida insostenible, hasta que se asuma la imposibilidad de un crecimiento ilimitado en un planeta finito, hasta acabar con las malas noticias ambientales que generan vulnerabilidad social.
La buena noticia es que estamos a tiempo de seguir gozando de las cuatro estaciones del año, de despensas repletas de futuro y de un mundo con aves.