Tras un periodo de cinco años de extrema sequía, Doñana recupera parte de su esplendor con dos años lluviosos consecutivos. La primavera de 1998 promete una detonación de vida. El verde de la vegetación palustre y el azul del agua dibujan una idílica acuarela sobre la marisma. La totalidad de las aves ya están incubando o sacando adelante los primeros pollos, hasta que el 25 de abril de 1998 este hermoso episodio en la marisma del Guadalquivir se torna de negro.
La balsa minera la empresa sueca Boliden-Apirsa, en el municipio de Aznalcóllar, reventaba con cinco millones de metros cúbicos de lodos tóxicos y aguas contaminadas. La riada, cargada de metales pesados como zinc, cadmio, plomo o arsénico, desbordaba el cauce del Guadiamar rumbo a Doñana, anegando y arrasando todo a su paso. Tras enormes esfuerzo para evitar su entrada en el corazón de la marisma, se consigue desviar hasta el Guadalquivir y, cinco días después, se cierra esta vía de escape reteniendo las aguas ácidas en una balsa artificial construida a toda prisa en Entremuros, justo a las puertas del parque nacional. Sesenta kilómetros de riberas anegadas por el barro tóxico, 4.600 hectáreas de cultivo y pastizales arruinados, las marismas de Entremuros contaminadas, veintiséis toneladas de peces muertos y cientos de aves afectadas de algún modo.
Desde el primer momento en conocerse la noticia, SEO/BirdLife comenzó a movilizarse, sin escatimar esfuerzos, creando un dispositivo de recogida de aves, nidos y pollos afectados, realizando censos de especies o atendiendo a los ejemplares depositados en el centro de recuperación de aves instalado en El Rocío.
Veinte años después, algunos de los protagonistas que acudieron a la llamada de SEO/BirdLife, han regresado al escenario del desastre para compartir su experiencia durante aquellos meses críticos para Doñana. Una movilización que forjó el voluntariado ambiental en España, que posteriormente pasaría por otra prueba de fuego en el vertido del Prestige, y que propició que en el verano de 2002 el lanzamiento de la primera y exitosa campaña de voluntariado de SEO/BirdLife en parques nacionales.
De la angustia a la acción
Francisco Romero es actualmente miembro de la Junta Directiva de SEO/BirdLife, pero en 1998 vivió de lleno este dramático episodio como delegado de la organización en Andalucía. “Era de madrugada cuando me llamó el director del parque nacional. En primer lugar, decidimos empezar a recorrer la zona del vertido. A las 6 de la mañana empezamos a hacer censos para conocer los efectos del desastre en las aves”. “Pero de aquellos días lo que más me asombró fue la movilización social, la respuesta de voluntarios fue abrumadora, recibíamos cientos de llamadas diarias de gente que quería ayudar en la recogida de aves”, recuerda Romero con emoción mientras recorre en su todoterreno uno de los vados que acotan el Guadiamar en su tramo final, camino de Entremuros, donde las aguas ácidas fueron contenidas para que no entrasen en el parque nacional. Y es que SEO/BirdLife recibió hasta 2.000 llamadas de gente de todo el mundo ofreciendo ayuda, y llegó a coordinar hasta 800 voluntarios.
En 1998 Pedro Cobo era objetor de conciencia y realizaba el servicio social sustitutorio en la oficina de SEO/BirdLife en Doñana. Su labor como voluntario se centró en realizar censos de aves y en el seguimiento del impacto del vertido en la vegetación. “Era como una marea negra, una catástrofe, había árboles y vegetación tumbada, y a los pocos día del vertido el olor por la acidez de las aguas era insoportable”, describe Cobo. A día de hoy valora muy positivamente la premura con la que SEO/BirdLife reaccionó, y sobre todo “la manera en la que supo canalizar y organizar las tareas asignadas al conjunto”.
Otro de los protagonistas anónimos fue Antonio Augusto Arrebola, coordinador, en esa época, del Grupo Local SEO-Sevilla. Su labor se centró principalmente en realizar censos de aves para tener una estimación de las especies afectadas y preparar el dispositivo de rescate, fundamentalmente de pollos y nidadas. “El lodo tóxico se quedó depositado en los primeros kilómetros tras las balsa y a la zona de Entremuros lo que llegó fue el agua ácida, que igualmente afectaba a toda la cadena biológica, por eso SEO/BirdLife organizó la recogida de pollos y huevos en nidos que inevitablemente se iban a perder, y posteriormente el seguimiento de la zona para conocer qué aves había en el área afectada. En esta lista había ardeidas como garcillas cangrejeras o garzas imperiales, pero también nidos de rapaces como aguilucho lagunero y de diversas anátidas, entre una larga lista”, explica Arrebola.
“Tristeza e impotencia” son las palabras con las que describe sus primeras sensaciones tras conocer la noticia, pero como compensación a esta dura experiencia valora que “finalmente la zona de Entremuros, afectada por las aguas ácidas, fuera incluida dentro del parque natural, mejorándose así su protección”. Y aunque a día de hoy el espacio bulle de vida y está prácticamente recuperado, advierte de que “el problema de la mina sigue planeando sobre Doñana”.
Cuando se enteró del desastre ecológico, María José Santana estudiaba informática en la Universidad de Huelva, y a pesar de que no sabía nada sobre aves no dudó en acudir a la llamada de SEO/BirdLife. Colaboró en la alimentación de los pollos rescatados de diversas especies en el Centro de Recuperación de Especies Amenazadas (CREA) del Acebuche. Era la primera vez que hacía algo así, pero aprendió pronto: “Muchas aves llegaban con alas rotas o manchadas de lodo y las examinábamos para valorar de qué manera su salud estaba afectada para después decidir después qué hacer”. “Para mi todo eran pájaros -prosigue Santana- sin distinción de especies, así que para hacer los censos y la alimentación de las aves tuve que estudiar y aprender a reconocerlas”. Desde entonces es una buena aficionada a la ornitología y recorre habitualmente la marisma deleitándose de la observación de aves. Y es que, en esta misma radiante mañana los voluntarios pueden comprobar cómo han regresado los bandos de flamencos, cigüeñas blancas y negras, moritos, martinetes, garzas imperiales y reales, o rapaces como el aguilucho lagunero o la culebrera europea, entre muchas más especies.
Carlos Davila es el responsable de la Oficina Técnica de SEO/BirdLife en Doñana, pero veinte años atrás llegó a la marisma como un voluntario más. Le asignaron tareas de recuperación de huevos y pollos. “Los días del vertido los vivimos con enorme miedo porque desconocíamos la gravedad y el alcance de los efectos del lodo tóxico y del agua ácida, que parecía que iba a sepultarlo todo. Temíamos que alcanzase el parque nacional, por eso SEO/BirdLife reaccionó con rapidez desarrollando labores de emergencia en el seguimiento y salvamento de aves”, recuerda Davila. Por el centro de recuperación pasaron más de un centenar de garzas imperiales y garcillas cangrejeras, 1.500 avocetas y cigüeñuelas, incluso 30 huevos de la amenazada cerceta pardilla, de los cuales 27 eclosionaron y fueron liberados. “En total, el 60% de las aves recuperadas sobrevivieron y fueron devueltas a la marisma, ya que con seguridad, de no haberse actuado, habrían muerto o tenido graves secuelas”, explica Davila.
Los ‘otros Aznalcóllar’
De aquellos días también destaca “que se actuara con mucha rapidez y coordinación entre Administraciones” y considera que actualmente “la zona se encuentra totalmente rehabilitada y no quedan secuelas de la catástrofe, salvo en zonas puntuales cercanas a la mina”. Sin embargo, este desastre (SEO/BirdLife había presentado en 1988 una queja ante la Comisión Europea por el riesgo potencial de Aznalcóllar) costó al bolsillo de todos los ciudadanos 90 millones de euros de los que Bolidén, empresa responsable de la balsa, no ha pagado ni un céntimo. Por eso, para que no vuelva a repetirse algo similar, Davila pone sobre aviso una larga lista de peligros que planean sobre Doñana, ‘los otros Aznalcóllar’. “Preocupan los efectos ecológicos derivados de la sobreexplotación de acuíferos y la existencia de miles de pozos ilegales en el entorno del espacio protegido, así como la mala calidad biológica de las aguas superficiales. Pero también los efectos del calentamiento global que influyen en la disminución del período de encharcamiento, el incremento de la intensidad y recurrencia de incendios forestales. Por otro lado, está el proyecto de reapertura de la mina de Aznalcóllar y la existencia de otras balsas mineras en cuencas cercanas a la marisma, y la espada de Damocles que representan las cercanas balsas de fosfoyesos de Huelva, sin olvidar polémico proyecto de extracción y almacén de gas en el Espacio Natural de Doñana”. Precisamente, en relación con la minería, SEO/BirdLife ha presentado recientemente el informe La situación legal de la minería en España y su relación con la conservación ambiental del que se desprende la necesidad de reclamar una Ley de protección del subsuelo y de los recursos geológicos, y la urgencia de revisar la actual Ley de Minas.
Por otro lado, Davila tampoco se olvida de otros peligros no menos importantes para la biodiversidad de Doñana, como “el enorme impacto sobre las aves acuáticas nidificantes generado por el incremento poblacional del jabalí y el sobrepastoreo y pisoteo provocado por las miles de reses y yeguas que se encuentran en el interior del espacio protegido, y la inexistencia de un estudio sobre el impacto ambiental generado por los romeros que acuden al Rocío”. “Tanto los tránsitos romeros como la ganadería son actividades tradicionales y forman parte del patrimonio cultural de Doñana, pero la normativa europea obliga a evaluar su impacto, que debe ser cero, y a definir la capacidad de carga máxima admisible por el ecosistema, como herramienta clave para su gestión”, concluye Davila.
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Recordando Aznalcóllar, por Laurence Rose