COP25 – Crónicas climáticas 5
Por Josefina Maestre
Desaparecerán hábitats de cría de aves marinas en islas, atolones y marismas, a consecuencia del cambio climático.
Las aves dicen qué ocurre en los ecosistemas. Están en la cúspide de las cadenas tróficas y su comportamiento ante la modificación de las temperaturas y de los hábitats se convierte en un buen “avisador” del cambio global.
Por ejemplo, permiten saber qué ocurre en el ecosistema marino a niveles inferiores, donde es difícil evaluar la desaparición de especies. Así, si dejan de acudir a determinadas zonas de alimentación quizás es porque de allí ya han desaparecido o se han desplazado a otros lugares previamente presas como peces o cefalópodos.
Esta es una de las cuestiones debatidas en el “Nido de la COP”, de SEO/BirdLife, dentro de la sesión “Las aves como termómetro del mar”, en la que han intervenido expertos en conservación de aves marinas.
“Tenemos sesenta veces menos aves que en el siglo XX”, decía Pep Arcos, rsponsable del Programa Marino de SEO/BirdLife. No se refería a especies sino a su abundancia, al número de ejemplares total. Y, entre ellas, el grupo de las marinas es el más amenazado. ¿Por qué? Lo explicaba Airam Rodríguez, investigador postdoctoral de la Estación Biológica de Doñana: “pueden vivir tanto en el medio terrestre como en el marino”, puesto que pueden volar y alimentarse en los océanos, y a la hora de criar y poner su huevos deben acudir a tierra, por lo que “se enfrenta a dos tipos de amenaza”.
El cambio climático y el cambio global por causas antrópicas les afectan. Y, para aterrizar más, como primera causa, la introducción de especies exóticas, como gatos o ratas, después, la captura accidental en artes de pesca, los plásticos, la contaminación lumínica o, más difícil de evaluar, la sobreexplotación pesquera.
Un mar más caliente
Marta Cruz, de la Universidad de Barcelona ponía el ejemplo del Petrel de Bulwer, señalando que el aumento de la temperatura del mar le perjudica al afectar a la supervivencia de las presas que le sirven de alimento.
Algunas especies podrán adaptarse en un principio al cambio del clima, realizando viajes más largos, pero esto traerá finalmente más consecuencias, apuntaba Cruz. Las aves filopátricas, que siempre vuelven al lugar donde han nacido, se resistirán a dejar de acudir a estas zonas de cría aunque hayan sufrido modificaciones por la subida de la temperatura, y esto les pasará factura. Se supone que serán menos problemáticas las áreas de invernada, que podrán ir sustituyendo por otras más oportunas.
Otro cambio peculiar que se ha podido percibir tiene que ver con el comportamiento tras algunos fenómenos meteorológicos, como temporales. Tras la muerte de ejemplares adultos, podía no notarse su ausencia al ser los ejemplares jóvenes los que empezaban a criar antes de su tiempo natural, tal y como explicaba Pep Arcos que había sucedido en algunas ocasiones.
Hay que hacer muchos más estudios, concluían, y centrarse en otras áreas aparte de las polares, además de ser conscientes de que van a desaparecer muchos hábitats de cría de aves marinas en islas, atolones y marismas.
Contaminación lumínica, en aumento
“La contaminación lumínica crece a un dos por ciento anual, y lo hace de dos formas: en cantidad de áreas iluminadas y en cantidad de luz emitida”, ha apuntado a su vez Airam Rodríguez. Esta contaminación perjudica a los pollos fundamentalmente al emanciparse, en su primer vuelo al mar, que tiene lugar por la noche para evitar predadores.
Se ha introducido la tecnología led en la iluminación; led blanco con gran cantidad de luz azul, que resulta muy perjudicial. Algunos estudios están apuntando a cánceres humanos, como el de próstata vinculados a este tipo de luces, continuaba Rodríguez.
Respecto al plástico, algunas investigaciones en Canarias han mostrado cómo el 82 por ciento de los pollos de pardela cenicienta que todavía no habían sobrevolado el mar tenía al menos un plástico en su cuerpo, y la mitad de estos procedían de artes de pesca, como fibras de nylon.
El caso anecdótico del guano
Finalmente, y como curiosidad, Arcos apuntaba cómo en el Ártico, el guano de las aves, rico en nitratos -que se convierte en amoniaco en la atmósfera- ayuda a reducir el calentamiento en esa zona. “Resulta algo quizá anecdótico, pero nos enseña que muchas veces no conocemos verdaderamente los efectos que tiene cada pieza en el ecosistema”.