Por Roberto González, responsable del Programa de Aguas de SEO/BirdLife

Tras el cierre del año 2020 quedó atrás el proceso de consulta y participación pública más importante en materia de planificación hidrológica: la revisión y aprobación de los Esquemas de Temas Importantes, los documentos previos a los propios planes hidrológicos, cuyos borradores se harán públicos este año, las bases normativas para proteger el recurso hídrico y sus ecosistemas.

A lo largo de este proceso, en el que la Administración debe fomentar de forma activa la implicación de la sociedad y todas las partes interesadas, difícil en un año extraño, se han sucedido presentaciones públicas, encuentros, talleres técnicos, territoriales y temáticos con la intención de acercar el contenido de estos documentos a los implicados. En este proceso, de obligado cumplimiento en el marco de la Directiva Marco del Agua de la Unión Europea, ha estado presente SEO/BirdLife, tal y como lleva haciendo desde los inicios, allá por la entrada del presente siglo. A lo largo del mismo, desde los primeros encuentros celebrados en marzo hasta los documentos finalmente aprobados al cierre de 2020, hemos pasado de la euforia contenida al pesimismo. De la declaración de intenciones, en las que los objetivos ambientales serían la base para construir una nueva planificación hidrológica acorde a las obligaciones europeas y la nueva realidad climática, a los hechos finales que reinciden en mantener un status quo insalvable para alcanzar el buen estado de los ríos, humedales y acuíferos.

España se ha construido en torno al agua. En realidad un poco como todas la sociedades de este planeta, las actuales y las que anteriormente nos precedieron. No nos cansamos de recordar la importancia del agua como recurso para nuestra propia supervivencia (como individuos y como sociedad). Sin duda alguna se trata del recurso más fundamental para la humanidad. No solo en términos de supervivencia individual (necesitamos beber) sino también por su inequívoco papel como generador de prosperidad social y económica, siempre y cuando las fuentes de este valioso recurso hídrico y sus ecosistemas asociados estén en buen estado de conservación. Y no al revés, esto es importante recordarlo. Proteger el recurso hídrico y sus ecosistemas es facilitar a toda la sociedad el disfrute de la infinidad de servicios que nos ofrecen. Por ello, la naturaleza no es limitante. Pero esto no quiere decir que la naturaleza, sus ríos, humedales y acuíferos, no tenga límites. Sin duda son ecosistemas altamente resilientes y, a pesar de ello, en España les hemos llevado a un punto de difícil retorno. La situación en la que se encuentran humedales como Doñana, delta del Ebro, Tablas de Daimiel, el Mar Menor o la albufera de Valencia son síntomas inequívocos de un modelo destructivo basado en una política extractiva del recurso que desoye la capacidad de carga de este singular patrimonio natural que atesora España. Es indudable que son tiempos en los que debemos afrontar cambios en todos los ámbitos, y que estos son complejos de gestionar, aplicar, e incluso de admitir y asimilar. No obstante, la sensación que prevalece es que la transición ecológica sigue sin llegar a los ríos y humedales, que no llega el necesario cambio de modelo que debe ejercer la correcta aplicación de la Directiva Marco del Agua en España. Las sombras de la tradicional política de la oferta del agua permanecen en los documentos aprobados, evidenciando que no solo seguimos sin aplicar una política adaptativa a los nuevos escenarios que obliga la realidad climática, sino que existe un modelo perverso que sigue aplicando dos políticas paralelas. Por un lado la agraria, que incentiva sin ningún atisbo de duda la intensificación, la eficiencia mal entendida y la sobreexplotación del recurso hídrico. Y por otro lado, una política de aguas que intenta adaptarse al modelo establecido y renuncia a ser ese punto de inflexión hacia un escenario de sostenibilidad. Un paralelismo que inevitablemente termina por asumir conceptos ajenos a la sostenibilidad, como el déficit estructural, coyuntural o territorial, todo ello con la intención de no asumir la reducción de consumos y presiones que permitiría alcanzar el buen estado ecológico de los ríos, humedales y acuíferos.

 

Viñedo de regadío en una zona tradicionalmente de secano como La Mancha ©Shutterstock

 

El modelo actual, especialmente el de las políticas sectoriales más impactantes sobre los recursos hídricos como es la agraria, está poniendo la conservación de ríos, humedales y acuíferos en un riesgo alto. Y, a pesar de ello, no solo se resiste a adaptarse a los límites mismos de los ecosistemas acuáticos, sino que pretende expandir la producción intensiva desacoplada de los valores ambientales del territorio. En el Ebro mayoritariamente se sigue apostando, en términos presupuestarios, por la modernización de regadíos, medida que no debería de justificarse para el cumplimiento de los objetivos medioambientales, pues no queda demostrado su beneficio en este sentido. En la misma cuenca se evidencia una ausencia completa de soluciones a un problema identificado desde todos los ámbitos científicos: la falta de sedimentos en el Delta. En el Tajo se omite deliberadamente la existencia de la infraestructura que más impacto ambiental provoca en toda la cuenca. Fuera de todo sentido común, el trasvase Tajo-Segura no existe como tema importante de la planificación de cuenca. En el Guadalquivir se juegan todas las cartas para salvar Doñana. o lo que queda de Doñana, a un trasvase de agua desde otra cuenca. En el Segura se desvía la atención del verdadero conflicto causante del colapso del Mar Menor, como son los regadíos y las entradas de nitratos derivadas de las descargas superficiales arrastradas desde el Campo de Cartagena a la laguna. En el Duero las soluciones a la contaminación difusa pasan por tomar las medidas que han demostrado no ser efectivas. Mientras, la correcta y completa integración de la conservación de la Red Natura 2000 sigue siendo la gran olvidada a pesar de las recomendaciones de la Comisión Europea. Y la implantación de los caudales ecológicos sigue sin entender su papel nuclear en esta partida. Como si los caudales ecológicos fueran una cuestión perniciosa para los propios intereses sectoriales y no la solución para asegurar el futuro de la economía y los servicios ambientales.

Prevenir el deterioro, proteger los ecosistemas acuáticos y promover un uso sostenible del agua basado en la protección los recursos hídricos disponibles, no son lujos limitantes u obligaciones europeas, sino las herramientas que permiten que podamos aprovechar los servicios que aportan estos ecosistemas de los cuales dependemos. La parte positiva es que todavía estamos a tiempo. El tercer y último plan hidrológico debe presentarse este año a consulta pública, y debe ser nuestro tiempo de descuento. El momento de acabar con el modelo económico que esta secuestrando el futuro de la sostenibilidad de los ecosistemas acuáticos en aras de un desarrollo cortoplacista y mal entendido, y que devalúa el valor que representa el agua y los ecosistemas que riega.

 

Este artículo ha sido publicado en El Ágora, diario del agua

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