Salir de pajareo, a observar aves, por la estepa de Aragón tiene mucho aliciente, y más si uno viaja hasta esta Reserva Ornitológica de SEO/BirdLife
Por Eduardo Viñuales Cobos
Allí, en esa especie de desierto ibérico, esperan las gangas, las ortegas, los alcaravanes, las calandrias, las terreras marismeñas… y un pájaro bastante discreto que a muchos amantes de las aves nos “vuelve locos” con solo oír su canto en primavera: la alondra ricotí, por aquí llamada rocín. Es casi un emblema regional de los mejores ambientes semiráridos de esta tierra seca del valle del Ebro, casi ascética, azotada por el viento y el sol. Estas aves de colores terrosos más parecen emparentadas con el norte de África o las estepas de Asia que con el paisaje del resto de la verde Europa.
Recuerdo bien que cuando era más joven, en la década de 1990, SEO/BirdLife emprendió una campaña para proteger esta zona de estepas amenazadas por la transformación agraria. El lema era sencillo y contundente: «Salvar un metro cuadrado de estepa, donde posiblemente tenga el nido una alondra ricotí, cuesta solo 10 pesetas». Muchos colaboramos, y una gran extensión de este vivo desierto se protegió de su futura destrucción; labor que, por cierto, sigue vigente pues la organización continúa comprando terrenos agrícolas que serán estepa, para salvarlos hoy, además, de la invasión eólica que se acerca hasta las mismas “puertas” de la reserva. Contribuir entonces, además, te daba derecho a adquirir una camiseta con el dibujo de un alcaraván, imagen que más de uno exhibíamos con cierto orgullo al ir a clase de BUP. Un paisaje vivo “tipo Magreb” fue la primera reserva ornitológica de nuestro país.
Recorrido por la estepa
Para llegar al punto de partida de la excursión circular que propongo ahora, hay que tomar, en Belchite, la carretera CV-306 de Codo a Quinto, y luego una pista que encontraremos 300 m después de pasar el barranco salino de Lopín. En poco más de 3 km se alcanza la Balsa de El Planerón, epicentro de este espacio natural privado y lugar donde comienza nuestra ruta a pie. Este humedal temporal de origen endorreico está rodeado por una interesante vegetación halófila –amante de la sal–, juncos y un bosquete de tamarices, no superando las dos hectáreas de superficie líquida en época de lluvia. Ello no impide que su presencia sea un aliciente añadido al seco paisaje dominante puesto que aquí se pueden observar especies como la garcilla bueyera, el aguilucho lagunero, la cigüeñuela, diversos patos –ánade silbón, azulón o pato cuchara– e incluso el raro búho campestre.
Dejando a la derecha esta zona húmeda, continuaremos recto en dirección norte –contemplando a occidente el relieve de los llamados “Paretores”–, siguiendo el camino de Quinto. El triguero y el alcaudón común son dos pájaros frecuentes en estos terrenos abiertos.
Discurrimos por un paisaje plano, casi lunar, de colores rojos arcillosos y grises yesos, avanzando poco a poco por un espacio donde no hay que salirse de los caminos ya que la mayor parte de las aves que hay son terrestres y nidifican en el suelo. Tras los primeros 700 metros de caminata se llega al desvío del Observatorio de la Balsa, indicado con la señal de unos prismáticos. Merece la pena salirse de la ruta principal y visitar este hide de madera que permite ver llegar a la charca a calandrias y alcaravanes venidos de toda esta redolada en busca del agua.
Concierto al aire libre
Tornamos al camino principal. En el cielo de la estepa cantan muchas especies emparentadas con las alondras, de colores discretos, pero con voces fantásticas. Sus trinos se mezclan y crean un melodioso concierto al aire libre. Bajo su grata sonata seguimos recto –hacia el norte– por esa planicie desierta de campos de cultivo y matorral bajo de sisallos y espartos. Este es el espacio natural elegido por la cogujada común, el bisbita campestre y el aguilucho cenizo.
Transcurridos unos 2,6 km desde el punto de inicio de la ruta, giraremos al este por un camino agrícola poco evidente, que queda a mano derecha. Algún ejemplar de ganga ibérica puede levantar el vuelo con su característico y repetido gang-gang nasal. Es en estos retirados espartales, a primeras y últimas horas del día –e incluso de la noche– donde resulta muy posible escuchar al afamado rocín. Hay que recordar que durante mucho tiempo fue un ave considerada ausente en toda Europa. Es tan esquiva que en caso de presencia humana no levanta el vuelo sino que sale corriendo agachada entre el matorral de una manera silenciosa, para apeonarse tras una mata.
Otear como las águilas
Al sur de las Lomas de Quinto, de nuevo encontramos un cruce de caminos agrícolas, y volvemos a girar a la derecha regresando al sur en una curva. Por aquí también campean con cierta abundancia las terreras marismeñas y la curruca tomillera. Atentos a todo movimiento, regresamos y dejamos a un lado las Lomas de Cuevas, pequeño cabezo elevado en esta tierra tan plana que puede ser una buena excusa para subir a ganar algo de perspectiva y otear, tal como lo harían las águilas reales o los cernícalos que por aquí deambulan.
El camino gira ligeramente y se dirige también hacia el sur. Podemos detenernos a escuchar pacientemente el chasquido de la perdiz roja, y más allá el reclamo de la curruca rabilarga. Se rebasa la zona del Estrecho y a la izquierda se deja el llamado “Sendero Rocín” –de un kilómetro de distancia y forma de cuerno sobre el mapa–. Merece la pena realizarlo para tratar de dar de nuevo con la escurridiza alondra o con otros pájaros como la terrera común, el pardillo, la collalba rubia o la no tan abundante ganga ortega. Volviendo a la pista y tras superar el pequeño alto del Pueyo, una señal nos indica el camino que los observadores de aves debemos seguir para regresar al punto de inicio, teniendo como colofón la Balsa de El Planerón, ese oasis de agua en un entorno casi mauritánico de la Europa meridional.
El ´vacío habitado´
Las estepas ibéricas son un lugar maravilloso, aunque siguen siendo despreciadas por quienes aún no han sabido descubrir la mucha vida salvaje que encierran, y que se esconde en estos paisajes ocres, pardos y amarillentos. Son “el vacío habitado” del rocín y el albardín.
Datos prácticos
Tiempo. De 2 a 2:30 horas.
Desnivel. Escaso.
Dificultad. Baja, pero no todo el recorrido cuenta con indicaciones.
Consejos. Aconsejable la visita en primavera, antes del mes de junio en que comienza a hacer
mucho calor.
Esta excursión a pie, junto con otras 29 más repartidas por la comunidad aragonesa, aparece en el libro del escritor y naturalista Eduardo Viñuales Cobos. Aragón Rutas para observar aves (Sua Edizioak, 2021).
Ruta publicada en el número 37 de la revista Aves y naturaleza, dentro de la sección «De pajareo con…».
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