Gonzalo Pardo de Santayana, secretario del Comité de Rarezas de SEO/BirdLife, relata en esta crónica las apasionantes jornadas vividas en torno a la observación de tres ejemplares de búho nival en Asturias y Cantabria. Se trata de una de las rarezas más singulares registradas en la geografía española y que ha movilizado a decenas de ornitólogos para contemplar a esta hermosa rapaz nocturna procedente de las regiones árticas.
SEO/BirdLife recuerda que la observación de aves debe hacerse siempre teniendo en cuenta que el bienestar de las especies es lo primero, que el hábitat debe ser protegido y que el comportamiento de las aves no debe ser alterado como indica nuestro Código ético para la observación de aves.
Al mediodía del 8 de noviembre comenzaba esta aventura. En las redes sociales empiezan a aparecer fotos de un macho joven de búho nival recogido exhausto esa misma mañana en La Virgen del Mar, Santander, Cantabria, que ha sido trasladado inmediatamente al centro de recuperación de Cabárceno. Automáticamente salta la expectación entre los pajareros de toda España, comienzan a surgir las preguntas: «¿será salvaje? ¿será capaz de sobrevivir a un presunto trayecto en vuelo desde sus zonas de residencia habituales en Norteamérica?» A la par, cómo no, aparecen los primeros bulos que afirman que se trata de un ejemplar escapado, que ya ha sido entregado a su dueño o que responde al nombre de Hedwig. Qué le vamos a hacer, las redes sociales también tienen su parte mala.
Al día siguiente el centro de recuperación comunica que el búho nival ha fallecido. Explican que se encontraba en unas condiciones físicas pésimas y que fue imposible hacer nada para salvarlo. El sueño de poder observar esta increíble especie en España de repente se esfuma de nuestras cabezas y desde ese momento solamente pensamos en conocer los resultados de los análisis de isótopos que se van a realizar a las plumas del ejemplar para determinar su origen. Esperando estos resultados y con la esperanza de que sea salvaje, despedimos el día 9 de noviembre.
Llega el día 10, el búho nival comienza a desaparecer de nuestras cabezas hasta que comienzan a calentarse de nuevo los móviles: esta vez en Moniello, Gozón, Asturias, Ramón de Maroto acaba de observar un nuevo ejemplar, en este caso una hembra joven, recorriendo la costa en dirección este acosada por un cuervo. Automáticamente comienza de nuevo la expectación. Cabo Peñas se llena de pajareros dispuestos a relocalizar el búho por las inmediaciones de la zona de observación, sin suerte. En esta ocasión la insistencia se mantiene varios días, ya que el ejemplar es capaz de volar y puede que se esté moviendo por la zona sin dejarse ver, por lo que conviene seguir prospectando la zona en su búsqueda.
14 de noviembre, el “día D” de los búhos nivales. Por fin, el presunto búho observado tres días atrás en Moniello se localiza descansando en un pedregal de Cabo Peñas. Los móviles en esta ocasión no se calientan, arden: el ave se encuentra descansando al borde del acantilado, se muestra muy confiada y las fotos así lo confirman. Comienzan los preparativos para lo que será el twitch más espectacular de la ornitología española: cientos de ornitólogos están preparando los coches para poner rumbo a Asturias esa misma noche y amanecer en el cabo en busca del ansiado búho. El sueño de observar el santo grial de cualquier pajarero amante del ártico está cada vez más cerca, y la cantidad de coches que se presentan en el faro de Cabo Peñas al amanecer del día siguiente así lo confirma.
Comenzamos a buscar y a recorrer la zona revisando toda cosa blanca de tamaño mediano-grande susceptible de tener plumas y ojos amarillos. Así transcurren un par de horas hasta que los ánimos comienzan a decaer: el búho no aparece y cada vez hay menos esperanzas. Como buenos pajareros que somos, siempre tenemos de qué hablar, y comenzamos a reunirnos junto a los coches para pasar el rato y descansar un poco antes de retomar la búsqueda en otros lugares cuando de repente suena el móvil de Albert Cama, que levanta la mano haciendo el silencio entre los que allí nos encontramos, silencio que sería truncado con un grito del propio Albert: «¡Verdicio, está en Verdicio!» Automáticamente comienza una desbandada digna de la magnífica película “El Gran Año”, cuando el protagonista, Brad, junto con decenas de pajareros más, corren detrás de un escribano rústico en la mítica isla de Attu. Comenzamos a repartirnos entre los coches y a enfilar hacia la cercana localidad de Verdicio, donde Luis José Salaverri acaba de localizar el búho. Los dos kilómetros más largos de mi vida sin duda. Las pulsaciones comienzan a acelerar mientras llegamos al lugar, y aumentan más cuando le observamos a él, un gigante blanco acosado por cornejas. Aún desde el coche, una mancha blanca en la lejanía comienza a adquirir forma mientras nos acercamos. El búho nival está posado en una caseta en mitad de la campiña, y una señora que va paseando un perro se dirige directa hacia él. Nada más aparcar, comenzamos a gritarle para que se detenga y afortunadamente nos mira con cara de asustada y retrocede hacia nosotros. En ese momento un alivio general nos recorre, lo hemos conseguido.
A partir de ahí comenzamos a sacar el material y a disfrutar del precioso animal, que permanece tranquilo, descansando tras una larga noche de caza. Comienzan también los abrazos, los saludos entre viejos amigos y una tranquilidad general que de repente da un vuelco cuando el búho levanta la cabeza y alza el vuelo. Empezamos a seguirlo con los prismáticos hasta contemplar incrédulos cómo se posa en el tejado de una casa, bastante más cerca de nosotros, y a donde nos podemos acercar aún más sin molestarle. Los obturadores de las cámaras no dan abasto, y el búho parece no inmutarse con la presencia de más de un centenar de personas delante de él. La tranquilidad vuelve, tanto para el búho como para nosotros, y las horas van pasando mientras nosotros, incrédulos, disfrutamos de todos los movimientos del ave, que al mediodía se desplaza a otro tejado adyacente donde pasará el resto de la tarde observando durante un rato con ojos apetitosos a una temeraria comadreja que se atrevió a subir al mismo tejado que él. Ya a última hora toca recoger los bártulos y dirigirnos a casa, mientras que el búho por su parte decide hacer lo propio y levanta el vuelo al anochecer para comenzar de nuevo su jornada de caza.
Por la noche salta la verdadera sorpresa, y se confirma lo que habíamos estado eculubrando durante todo el día, y es que este búho no es el mismo que el observado el pasado 13 en Moniello. Se trata en este caso de un nuevo macho, también joven, el mismo observado la tarde anterior en Peñas pero diferente a la hembra vista días atrás. Se confirma que son al menos tres los búhos que han alcanzado costas cantábricas, probablemente asistidos por un barco transatlántico desde sus zonas de migración habituales entre Canadá y Estados Unidos. Un hecho histórico que incluso varias cadenas de televisión se encargarán de retransmitir los días siguientes. Con la felicidad de haber “bimbado” esta mítica especie nos vamos a dormir, esperando que al día siguiente vuelva a aparecer y pueda ser disfrutando por gente más precavida que decidió aguantar un poco más antes de aventurarse a realizar un viaje para algunos de varios cientos de kilómetros.
Desgraciadamente, los días siguientes el búho no apareció, y no fue hasta el 17 de noviembre que el panorama ornitológico español se volvió a descontrolar. Por la mañana temprano, Daniel López Velasco recibe una fotografía de un búho nival en el interior del puerto del Musel, Gijón, tomada el día anterior por un operario del muelle. Rápidamente se acerca al puerto y desde el exterior lo localiza posado en una escollera a mucha distancia. Analizando las fotografías tomadas por operarios, muchísimo más cerca del búho, se confirma que se trata del macho de Verdicio. Las noticias no acaban ahí y es que un par de horas después salta la segunda sorpresa: se está observando otro búho en el pedregal de Cabo Peñas donde se observó el macho anteriormente, en este caso se trata de la hembra vista por Ramón de Maroto en Moniello cuatro días atrás. Tras dar difusión a la noticia, fueron muchos los pajareros que se congregaron de nuevo en el cabo y que afortunadamente en esta ocasión pudieron disfrutar durante varios días (hasta el pasado día 20) de la presencia de este ejemplar, que utilizó esta zona para descansar durante el día, permitiendo momentos espectaculares de observación.
Y hasta aquí llega, por ahora, la historia de la situación de los búhos nivales en la cornisa cantábrica, concretamente en el entorno de Cabo Peñas. Como apunte me gustaría comentar la gran actuación de los observadores que durante varios días han acudido a la zona a contemplar y fotografiar esta especie. En general, salvo ciertas excepciones, ha sido muy gratificante ver cómo se han respetado las distancias y se ha dejado a ambos búhos tener un comportamiento totalmente natural, sin demasiadas molestias por parte de la gente. Prueba de ello es que a pesar de haber visitado la zona del pedregal aproximadamente 200 personas al día, la hembra continuó utilizando el mismo saliente en el cabo para pasar las horas de luz durante cuatro jornadas seguidas hasta que se vio obligada a abandonar el lugar debido a la llegada de un frente lluvioso que le impedía descansar en un lugar tan expuesto.
En resumen, una observación inolvidable para todos los que tuvimos la suerte de disfrutarla. Doce días de pura expectación, adrenalina y, sobre todo, ¡pajareo del bueno!
Por Gonzalo Pardo de Santayana, secretario del Comité de Rarezas de SEO/BirdLife.
SEO/BirdLife recuerda la importancia de ser cuidadosos y respetuosos en la observación de la avifauna, para lo cual en 2018 editó el CÓDIGO ETICO PARA LA OBSERVACIÓN DE AVES, que además recoge un apartado específico para la observación de rarezas y especies divagantes.
Además, es importante que, si se localiza alguna rareza, se debe notificar la observación a SEO/BirdLife para que sea evaluada por nuestro Comité de Rarezas a través del correo rarezas@seo.org. Y aunque en este caso ha sido casi imposible por el interés mediático que ha suscitado y por algunos comportamientos poco responsables de observadores, cuando se encuentra una rareza se debe evitar la afluencia desmesurada de observadores de aves en esa zona para no ocasionarle molestias.