Las aves son especiales. Son quizá los vertebrados que mayor atracción despiertan en el ser humano y sus 10.000 especies hacen que sean también el grupo vertebrado más diverso y exitoso. Tanto en una cuestión como en otra tiene mucho que ver su capacidad de vuelo… Pero, ¿sabemos realmente por qué vuelan las aves?

La primera respuesta que se nos viene a la cabeza tiene que ver con sus alas o con sus plumas, pero esto no es del todo cierto. Otros vertebrados como los reptiles (pterosaurios) o los mamíferos (quirópteros) han desarrollado alas y capacidad de vuelo, hasta hay peces que transforman sus aletas en “alas” con las que planear o impulsarse en el medio aéreo… El éxito de las aves se basa en que han llevado al extremo las adaptaciones necesarias para dominar a la perfección el vuelo, y eso es algo que va mucho más allá de dotarse de miembros alados. Y la eficiencia energética tiene mucho que ver en esto.

 

Milano real, una de las especies presentes en el municipio ©Targn Pleiades/Shutterstock.com

Milano real ©Targn Pleiades/Shutterstock.com

Volar, una cuestión de peso

 

Uno de los factores más afectados por el proceso evolutivo para perfeccionar las aptitudes de vuelo es la reducción de peso.

¿No os habéis preguntado por qué las aves no tienen dientes? Los dientes son nuestros huesos más densos (pesados) y requieren de fuertes mandíbulas que les sirvan de anclaje y de una musculatura que las mueva (más peso aún).

Prescindiendo de los dientes las aves han ahorrado una gran cantidad de peso, pero también han ahuecado sus huesos a costa de una mayor fragilidad en la búsqueda de un diseño de máxima ligereza.

 

Otra forma de “soltar lastre” es reducir al mínimo los órganos prescindibles. Por ejemplo, los órganos reproductores se activan por control hormonal al llegar el período de cópulas y crecen varios cientos de veces hasta alcanzar su estado ‘operativo’ para, inmediatamente, volver  a reducirse. Es por esto por lo que muchas especies son incapaces de realizar puestas de sustitución en caso de perder la primera ya que sus órganos reproductores ya han sido reabsorbidos.

 

Vencejo común en vuelo. ©Nicolás López

Vencejo común en vuelo. ©Nicolás López

Y también una cuestión de energía

 

Volar implica un alto coste energético ya que los músculos de vuelo demandan energía y oxígeno en abundancia para mantener su actividad. Por ello el sistema respiratorio de las aves está modificado para operar con mayor eficacia que el nuestro.

 

Si lo pensamos, nuestros pulmones son bastante ‘cutres’ desde el punto de vista de la optimización: únicamente en el momento en que introducimos aire al inspirar contienen aire rico en oxígeno ya que,  inmediatamente, la sangre empieza a robar ese oxígeno y a liberar el CO2 que se ha producido en la respiración celular, con lo que la concentración de oxígeno cae rápidamente hasta la siguiente inhalación. Las aves han solventado esta limitación desarrollando unos pulmones que mantienen un flujo continuo de aire cargado de oxígeno. Al inspirar aire, éste no va directamente a los pulmones sino que se almacena en unas ‘bolsas’ denominadas sacos aéreos desde los cuales irá fluyendo de forma continua a los pulmones. Después, el aire sale a otros sacos aéreos donde será almacenado hasta su expulsión en la espiración. De esta forma, el sistema respiratorio de las aves es capaz de aportar el oxígeno necesario para cubrir la elevada demanda que implica el vuelo.

 

 

Las aves, la manifestación más hermosa de la evolución

Estas son sólo algunas de las adaptaciones sufridas para llevar a la perfección la técnica del vuelo y que han permitido a las aves explotar medios y recursos inalcanzables para otros organismos. Así que la próxima vez -seguro que hoy mismo-, que observéis el vuelo de un ave, pensad que vuestros ojos contemplan un organismo perfeccionado para volar por el proceso evolutivo durante millones de años hasta en sus detalles más insignificantes.

 

 

 

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