El críalo se instala en lugares donde abunden las especies a las que parasita, en particular, la urraca. Por tal motivo, es más frecuente en áreas abiertas o semiarboladas, con campos de cultivo, bosquetes de diferentes especies (preferentemente pinares), dehesas, vegas y paisajes agrarios en mosaico, desde el nivel del mar hasta los 1.300 metros de altitud.
Se alimenta, básicamente, de orugas de mariposas y polillas, incluidas las especies dotadas de defensas urticantes o tóxicas a las que no acceden otras aves, gracias a lo cual evita la competencia por los recursos alimenticios. Es habitual que frote contra el suelo o la corteza de los árboles a ciertas orugas (como la procesionaria del pino, una de sus presas habituales) para despojarlas de los pelos urticantes y minimizar así sus desagradables efectos. El espectro alimentario de este cucúlido se completa con hormigas, saltamontes, moluscos y algún pequeño vertebrado.
La especie practica lo que se denomina nidoparasitismo, es decir, deposita sus huevos en el nido de otra ave (normalmente, una urraca), que hará las veces de hospedadora, incubando y posteriormente alimentando a los descendientes del críalo, que evitará de este modo la costosa inversión energética que supone sacar adelante una nidada.
La biología reproductora del críalo está estrechamente ligada al ciclo vital de la urraca, de manera que cuando estas comienzan a realizar sus puestas, se desencadena en la hembra del parásito un mecanismo fisiológico que la lleva a producir un elevado número de huevos, gracias a lo cual una sola pareja de estos cucúlidos puede parasitar en una temporada hasta 25 nidos de urraca.
Los huevos imitan a la perfección a los de la especie parasitada. Han de colocarse en el nido seleccionado durante la ausencia de sus propietarios. Para lograrlo, es frecuente que el macho de críalo atraiga la atención de la pareja de urracas, momento que aprovecha la hembra para depositar de uno a tres huevos en el nido de los córvidos, no sin antes dañar o tirar una parte de la puesta legítima, preparando de este modo el camino a sus descendientes.
Tras un periodo de 11-15 días de incubación por parte del huésped, eclosionan los huevos parásitos con un adelanto de cinco o seis días frente a los de urraca. Los pollos de críalo suelen acabar pronto con las crías de urraca que han llegado a eclosionar, aunque no empujándolas fuera del nido como hace el cuco, sino mediante competencia por el alimento o por asfixia y aplastamiento gracias a su mayor grado de desarrollo y corpulencia.
Los jóvenes intrusos exigirán incesante y vehementemente los cuidados de la pareja parasitada durante algo menos de tres semanas y se unirán, unos pocos días después de abandonar el nido, a sus padres biológicos, junto a los que emprenderán la migración hacia África.
Además de la urraca (especie seleccionada con más frecuencia), el críalo también puede parasitar a otros córvidos, como cornejas, arrendajos o rabilargos.